martes, 21 de diciembre de 2010

Enrique Morente

Morente, voz jonda para Lorca

Enrique Morente nació en la localidad granadina de Motril trasladándose siendo aun un bebé al granadino barrio del Albaicín  en 1942, tras la muerte de su madre. De pequeño ejerció como seise  en laCatedral de Granada y comenzó a interesarse por el ambiente flamenco en las reuniones familiares y vecinales. Aprendió así las bases de este arte, especialmente de mano de Aurelio de Cádiz.
Su afán de aprendizaje y autoafirmación le llevaron a Madrid  cuando contaba 14 o 15 años de edad. Allí contactó con un grupo de jóvenes aficionados, universitarios en su mayoría, y junto a ellos acudía casi a diario a locales oscuros en donde aprendió el arte de mano dePepe de la Matrona, cantaor octogenario que había tenido el honor de conocer a todos los grandes y de haber sido alumno del mismísimo don Antonio Chacón
Enrique el granaíno, como se le conocía en los círculos que frecuentaba, consiguió despertar el interés de Matrona, más por su actitud ante las cosas, su respeto y su capacidad para aprender que por su afinación o su registro.
La muerte no sólo se ha llevado una vida, entre tantas que su guadaña, siempre inesperada, cercena cada día, sino la voz más 'jonda', pura y 'larga' que ha cantado y creado músicas flamencas inspiradas o dedicadas a un paisano: Federico García Lorca. Con Enrique Morente desaparece una figura del flamenco y un genial creador, en su ámbito, que ha hecho que esta fórmula extraída de las raíces más profundas del pueblo, llegue a todos, especialistas o no, con el mismo sello de emoción y autenticidad que puede transmitir el flamenco, cuando es fiel a sus esencias, pero sin descartar ni la innovación ni el enriquecimiento creador. Los que no podemos esgrimir especialización crítica en esta rama, aunque sí la misma admiración que sintieron Falla, Lorca, Segovia y los que organizaron y apoyaron el Concurso de Cante Jondo de 1922, creo que estamos autorizados para decir algo en estos momentos luctuosos para la cultura y la música en general, y, naturalmente, para el flamenco -reconocido recientemente por la Unesco como Patrimonio no material de la Humanidad-, al menos como 'notarios' de la vida musical granadina, en especial de su Festival Internacional de Música y Danza, donde el flamenco ha tenido y tiene tan destacado papel.

Y digo todo esto porque, entre tantos recuerdos que la voz y el arte de Morente ha dejado en todos lados, junto con su amor a la ciudad que le vio nacer en el barrio del Albaicín, quedará en la memoria un instante memorable: su actuación en el Patio de los Arrayanes, en el 47 Festival Internacional de Música y Danza, el 29 de junio de 1998. Morente actuaba en un recital homenaje a Federico García Lorca, en el año que se celebraba el centenario de su nacimiento. Formaba parte del encargo de la Junta de Andalucía en el marco del proyecto FGL: De Granada a la luna. Y lo hizo rompiendo moldes. Era la vez primera que una voz flamenca, acompañada por la guitarra de Miguel Ochando y las percusiones de dos miembros del grupo Los activos, sonaba sobre el estanque plácido donde se habían sumergido voces internacionales de la magnitud de Victoria de los Ángeles, Jessey Norman, Teresa Berganza o los pianos de Rubinstein o Kempff, entre infinidad de formas universales y selectas que ocupan las páginas más gloriosas del Festival. Unas páginas a las que se unió Enrique Morente, ya Premio Nacional de Música, y consagrado universalmente. Porque los expertos coinciden en que fue una velada histórica, no sólo por el paso dado en el Festival de integrar en sus escenarios más selectos al flamenco, sino porque Morente lo elevó a un grado de emoción que si es verdad sólo pudieron disfrutarlo los 400 asistentes que llenaban el aforo, tuvo que repetirlo días después para grabarlo para la televisión, y abrirse paso en otros escenarios del certamen. Escenarios que se abrirían a otras estrellas, como la de su hija, alumna y admiradora del padre desaparecido. Enrique protagonizó una noche inolvidable, en un recorrido por el flamenco más puro, donde las seguiriyas y las soleares surgieron de su voz profunda, honda, sin igual, no sólo con su maestría habitual, sino con un hálito de emoción que estremeció al público, subió, como dicen las crónicas, por la Torre de Comares y saltó al Albaicín que tenía enfrente y a toda la ciudad como el espíritu de dos artistas granadinos unidos entre las filigranas y el encanto de los Arrayanes, en su genialidad y en su verdad. Creo que fue lo más destacado y personal de una edición que se diversificó en conmemoraciones, no siempre a la altura de los homenajeados -la titulé 'El cáliz de los aniversarios'-, pero que la redimió Morente con su lección y su arte inimitable.

Porque Morente no sólo dio la lección pura de un maestro, sino que le rindió su particular homenaje a Federico García Lorca, con dos estrenos absolutos: Los remotos países de la pena y El último regreso a Granada. Morente cantó a Lorca y a lo que Lorca amaba profundamente, como había revelado en Romancero gitano y en tantas y tantas creaciones inspiradas en las raíces del pueblo. Las raíces que ensimismaron, también a Falla. El cantaor desaparecido tan inesperadamente ha cantado muchas veces a Lorca, a Miguel Hernández, a los Machado, pero creo que aquella noche permanecerá en la memoria y en el corazón de todos, como uno de esos momentos estelares que definen al Festival. Y digo todos, especialistas o no, porque lo que define a la música no es sólo su adscripción a una especialidad, sino su autenticidad, su poder creativo y de emocionar que, como tantas veces he repetido, es lo que justifica y humaniza al arte, sobre intelectualismos o apreciaciones selectivas.

Creo que esos momentos merecen recordarlos en estos tristes instantes, cuando esa voz, esa fuerza, esa genialidad son ya un eco, aunque sea un eco enamorado que llorarán no sólo Estrellas y Auroras -su hija y su esposa-, sino todas las estrellas que rodearán emocionadas estos días a Enrique, el albaicinero más universal de estos últimos tiempos.

Europasur.es


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