domingo, 6 de febrero de 2011

Manuel María de los Dolores de Falla y Matheu


Nació en Cádiz el 23 de noviembre de 1876. En Madrid estudió piano con José Tragó y recibió la decisiva influencia de Felipe Pedrell, quien le revelará la abundancia y riqueza de la música popular española y le abre, asimismo, al conocimiento de nuestro esplendoroso patrimonio polifónico. De entonces es su primera obra importante, la ópera La vida breve (1904), según el libreto de Carlos Fernández Shaw.
En 1907 se traslada a París, ciudad en la que viviría hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, y traba amistad con Debussy, Ravel y Dukas. De aquellos años parisinos datan las Cuatro piezas españolas (1908), estrenadas por Ricardo Viñas, las Siete canciones españolas, terminadas pero sin estrenar, y los borradores de lo que serían las Noches en los jardines de España. Y ya de regreso en Madrid, los ballets El amor brujo (1915) y El sombrero de tres picos (1919), y la Fantasía Bética (1918), dedicada a Arturo Rubinstein.
La muerte de sus padres, a finales de 1919, propicia que Falla se traslade a vivir a Granada, lugar que le proporcionará la tranquilidad y el estímulo para su trabajo. Desde allí impulsa la creación en Sevilla de la Orquesta Bética de Cámara, allí se relaciona con Lorca y otros artistas para la organización en Granada de un festival de cante jondo, y allí, en fin, tiene lugar el comienzo de un nuevo periodo estilístico en el arte del músico gaditano, muy alejado del otrora colorido andaluz de sus obras, pero en el que va a producir dos de sus mejores composiciones: El retablo de Maese Pedro (1923) y el Concerto para clavicémbalo (1926).
Finalmente, tras la Guerra Civil, Falla abandona España y se instala con su hermana en Alta Gracia (Argentina), donde muere el 14 de noviembre de 1946, dejando inconclusa su última obra, La Atlántida, cantata escénica que completa su discípulo Ernesto Halffter.
Hay, pues, en la obra compositiva de Falla, dos grandes periodos. El primero, que abarca, aproximadamente, hasta la Fantasía Bética, representa una clara tendencia nacionalista, en la que los elementos populares andaluces son tratados con un lenguaje que revela la influencia impresionista -en la armonía, la disposición formal y la instrumentación- pero en el que melodía y ritmo se convierten en rasgos personales que persistirán a lo largo de toda su obra. La segunda época se caracteriza por la universalidad, la concisión de medios idiomáticos y una vuelta hacia las posibilidades del neoclasicismo, influencia de Strawinski.

Juan Miguel Moreno Calderón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario