domingo, 28 de agosto de 2011

Juana Vargas de las Heras "La Macarrona"


Nació en Jerez de la Frontera en 1860. Bailaora. Se inició siendo muy niña en su ciudad natal. Ya a los ocho años fue contratada para actuar en el café sevillano de La Escalerilla, de donde volvió a su tierra y poco después al Café de las Siete Revueltas de Málaga en donde permaneció dos años consecutivos. Actuó en los cafés cantantes de Barcelona, para reaparecer en Sevilla en el Café de Silverio, alternando con Fosforito y don Antonio Chacón. De allí pasó al Café del Burrero coincidiendo con Fernanda Antúnez y La Mejorana. Debutó en Madrid en el Café Romeroy, de nuevo en Sevilla, reaparece en el Café del Burrero.
En 1889 debuta en París, en el Gran Teatro de la Exposición, capital a la que volvió en 1912 para dar un solo recital. En 1914 la vemos, y hasta 1918, en el café sevillano Novedades con La Malena, La Sordilla, La Melliza, La Roteña, La Trini, Rita Ortega, La Macaca, La Junquera, El Tiznao y El Ecijano. En 1918, pasa al Kursaal; en 1923, al Salón Variedades, pero en 1922 participa en el espectáculo Ases del Arte Flamenco en el madrileño Ideal Rosales. De nuevo en Sevilla, en 1925, en la Parrilla del hotel Alfonso XIII, y al año hace una gira por toda España con un espectáculo del empresario Vedrines. Otra vez en Madrid, actúa en el Monumental Cinema. Después de dos años de giras se presenta en Barcelona, en 1930, en un cuadro del maestro Realito, volviendo a Sevilla. En 1933 participa en el espectáculo de La Argentinita Las calles de Cádiz en Madrid y otras ciudades españolas. Acabada la guerra civil reaparece con la compañia de Concha Piquer y la misma obra. Falleció en Sevilla en 1947. Un año antes se le tributó un homenaje benéfico en el Teatro San Fernando.
La Macarrona ha sido considerada como una de las más destacadas bailaoras de todos los tiempos. "Esta es -dice Fernando el de Triana- la que hace muchos años reina en el arte de bailar flamenco, porque la dotó Dios de lo necesario para que así sea: cara gitana, figura escultural, flexibilidad de cuerpo, y gracia en sus movimientos y contorsiones , sencillamente inimitables. Cuando su mantón de Manila y su bata de cola salen bailando (...), y cuando en los diferentes pasos tiene que dar una vuelta rápida con parada firme, quedan sus pies suavemente reliados en la cola de su bata, semejando una preciosa escultura colocada sobre delicado pedestal". 

Agustín Gómez Pérez

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